Entrevista en BOCAS: Harold Eder, el heredero del ingenio Manuelita
Por: Revista BOCAS – Bogotá | 10/Noviembre/14
Su tatarabuelo fundó en Palmira el primer ingenio azucarero del país. Su bisabuelo fue protagonista de la electrificación de Cali. Su abuelo fue asesinado por las Farc, en lo que está registrado como el primer secuestro de la historia de Colombia. Su papá hizo parte de la construcción de la hidroeléctrica de Anchicayá. y su hermano está en el proceso de paz. Creció en la hacienda La Manuelita y estudió en el Colegio Bolívar, de Cali. Se graduó como economista en la Universidad de Brown, Estados Unidos, y tiene un MBA de Stanford. Es Harold Eder, el presidente –y uno de los dueños– del ingenio Manuelita, el primero que tuvo el país y uno de los más poderosos de América Latina.
Por Jorge Quintero / Foto: Miky Calero
Harold Enrique Eder pasó los primeros años de su infancia en el mismo lugar donde creció Jorge Isaacs, el autor de la novela María.
En épocas diferentes, los dos crecieron rodeados de caña de azúcar en las haciendas La Manuelita y La Rita, donde se empezó a escribir la historia de los ingenios azucareros del país. De algún modo sus vidas se relacionan, o por lo menos las de sus familias. Su tatarabuelo, Santiago Eder, abogado graduado en Harvard, en 1864 le compró esas dos haciendas a George Enrique Isaacs, el papá del famoso escritor.
En La Rita reposa una placa que dice: “Aquí pasó los años más felices de su vida el poeta Jorge Isaacs”. Y en La Manuelita, que es la hacienda contigua, reposa otra que reza: “Aquí vivió Santiago Eder entre 1877 y 1901”.
Hablar de Manuelita, la compañía que preside hoy Harold Enrique Eder, es hablar de historia. Una historia que se empezó a escribir hace más de un siglo, mucho antes de que el Valle del Cauca fuera considerado un departamento. En aquella época, en Cali y en Palmira no había electrificación, no había tren ni carreteras, pero sí había azúcar, tal y como lo conocemos hoy.
Su tatarabuelo abrió la primera fábrica de vapor para cristalizar azúcar en el país, en 1901, en lo que Harold Eder y muchos historiadores consideran una proeza. Gigantes cajas de madera llegaron desde Escocia hasta al puerto de Buenaventura a finales del siglo XIX, con la maquinaria importada que le permitiría probar al país el dulce sabor del azúcar.
Bueyes y mulas jalaron los equipos por trochas, con la ayuda de cientos de hombres que, dirigidos por Santiago Eder, armaron la primera fábrica industrial del ingenio azucarero más antiguo de Colombia y hoy, uno de los más poderosos de América Latina.
Los recuerdos más antiguos que tiene Harold de esta historia se remontan a la hacienda donde pasó los primeros años de su infancia y que le dieron nombre a la compañía que hoy preside: La Manuelita, bautizada así por George Enrique Isaacs, en honor a su esposa Manuela Ferrer Scarpetta, madre de Jorge Isaacs.
Pese al renombre histórico de su apellido, el nombre de Harold Enrique Eder no es muy famoso en Colombia, aunque un barrio y una escuela en Palmira se llaman como él. Fueron bautizadas así en honor a su abuelo Harold Eder, que también fue presidente de Manuelita y a quien le debe su primer nombre.
Su abuelo fue asesinado un año antes de su nacimiento (en 1966) y por eso lo bautizaron Harold. “A mí me iban a llamar Enrique, pero mi familia insistió para que me pusieran el nombre de mi abuelo, que acababa de morir”. En 1965 su abuelo fue asesinado en un secuestro que es, según País Libre, el primero registrado en la historia de Colombia.
Harold es caleño, tiene 48 años, estudió en el colegio Bolívar, de Cali, se graduó como economista en la Universidad de Brown y tiene un MBA de Stanford. Está casado con la modelo y presentadora Adriana Arboleda, con la que tiene dos hijas, Helena, de dos años, y Eugenia, de tres meses. Aunque nació en una familia de industriales, prefirió hacer su carrera profesional por su cuenta. Trabajó en la Corporación Financiera del Valle, en Procter & Gamble y la Organización Corona. Y también en Estados Unidos con el Gobierno de Colombia, por tres años, en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio, TLC, con ese país.
Su hermano, Alejandro Eder, es presidente de la Agencia Nacional de Reintegración y participa en los diálogos de paz en La Habana. Su papá, Henry J. Eder, es miembro de la junta directiva de Manuelita, y fue quien lo llamó, en 2006, para que trabajara en la compañía.
Desde el 2008, Harold es el presidente de Manuelita, un grupo económico que registra ventas anuales por 600 millones de dólares y que genera 5.800 empleos directos a través de cuatro plataformas de negocios agroindustriales: caña de azúcar, palma de aceite, acuicultura, y frutas y hortalizas en Colombia, Perú, Brasil y Chile.
Manuelita es mucho más que un grupo económico o una empresa familiar de apellido tradicional. Sus dueños, los Eder, han estado detrás de casi todos los desarrollos económicos de infraestructura claves en el Valle del Cauca. Sus seis generaciones han tenido que ver con la construcción de la carretera Cali – Buenaventura, la navegabilidad por el río Cauca, la electrificación de Cali y el desarrollo de vivienda y escuelas, específicamente en Palmira, donde desarrollan a través de la Fundación Manuelita varios proyectos sociales. Uno de ellos, que empezó con motivo de la celebración, hace dos meses, de los 150 años de la compañía, invertirá cuatro millones de dólares en un programa que busca dotar a cada estudiante de Palmira con un computador y con un programa piloto cuyo objetivo es subir la calidad de la educación en la región.
Harold Enrique Eder habló desde Cali de la historia de su familia, de la economía del país, la eventual firma de la paz con las Farc y de los negocios del grupo Manuelita dentro y fuera del país. También se refirió a las críticas y reparos que tienen algunos ambientalistas sobre el próspero negocio del azúcar en el país.
La historia de Manuelita, y la de los ingenios azucareros en Colombia, comienza con la llegada a Colombia de su tatarabuelo, Santiago Eder. ¿Cómo terminó un abogado de Harvard, como él, nacido en Letonia y nacionalizado en Estados Unidos, produciendo azúcar en Palmira?
Mi tatarabuelo era un emigrante de lo que hoy es Letonia quien, tras la muerte de su padre, llegó a Estados Unidos cuando tenía solo 12 años. Su hermano mayor ya había emigrado hacia Estados Unidos y allí se volvió ciudadano americano y logró terminar su educación. Se graduó de la escuela de leyes de Harvard, en 1859, y, posteriormente, viajó a Panamá, que entonces era parte de Colombia, en actividad comercial. De Panamá llegó a Buenaventura y allí se estableció en 1861, como comerciante. Allí fue cónsul de los Estados Unidos y luego vicecónsul de Chile. Entonces Buenaventura no era un puerto, sino un caserío donde los barcos llegaban y anclaban en la mitad de la bahía. Había que bajar la carga desde el barco, porque no había un muelle como tal. De Buenaventura atravesó trochas y conoció el Valle del Cauca, donde decidió radicarse.
¿Por qué cree que él se quedó en el Valle?
Quizá porque vio su gran potencial agrícola. Él había tenido la oportunidad de viajar al exterior –su esposa era inglesa, Elizabeth Benjamin–, y pudo ver qué estaba pasando con la industria azucarera en Europa, y quizá al ver el gran potencial que tenía el Valle del Cauca, se quedó. Harold Eder y Elizabeth tuvieron seis hijos, tres hombres y tres mujeres, todos nacidos aquí, en la hacienda La Rita, en Palmira. Y ahí comenzó la historia de la familia en el país.
¿Qué tiene que ver el padre del poeta Jorge Isaacs con el inicio de Manuelita?
Lo que pasó es que cuando mi tatarabuelo Santiago Eder llegó al Valle del Cauca, se asoció con un empresario local, Pío Rengifo, y juntos compraron en un remate las haciendas La Manuelita y La Rita, que eran de George Henry Isaacs, el papá de Jorge Isaacs.
¿Y ahí empezó la apuesta familiar por el azúcar?
Unos años después, cuando Santiago Eder le compró su participación a Pío Rengifo y gradualmente empezó a especializar las dos fincas en producción de caña, con el mejoramiento de los trapiches incipientes que ya existían. Ahí nació Manuelita, hace 150 años; pero solo en 1901, año en que él establece la primera fábrica del país movida a vapor, es que empieza la primera operación industrial real en Colombia y la región. Y eso ocurrió en la hacienda La Manuelita.
Usted alcanzó a vivir algunos años en esa hacienda, ¿qué recuerdos tiene de ella?
Yo estaba muy pequeño, viví como hasta los tres años en La Manuelita. Yo no tengo muchos recuerdos sobre ella, pero siempre he tenido claro, por los comentarios de la familia, por las conversaciones familiares, el gran significado de esa hacienda para la familia.
¿Cómo logran montar una fábrica industrial con equipos traídos desde Escocia, en una época en que no habían vías, electrificación y ni siquiera existía el departamento del Valle como tal?
Fue toda una proeza. Cuando se trajo esa primera fábrica industrial de vapor, hubo que traerla por partes desde Escocia. Llegaron como en una especie de contenedores, muy grandes, pero de madera. Y la primera reacción fue: “eso no hay cómo llevarlo al Valle del Cauca”, y sí, no había cómo. Había unas trochas y traer esos equipos, con cientos de mulas y de bueyes, fue una labor de altísimo riesgo. Muchas de las piezas se fueron por los barrancos. En la historia que escribió uno de los hijos de Santiago Eder, Phanor Eder, en el libro El Fundador, cuenta que se pedían de a dos piezas, por si se perdía una. Fue una apuesta muy grande lograr montar un ingenio en una región que estaba incomunicada.
Para dimensionar el tamaño de la familia Eder, si hicieran una fiesta familiar, ¿cuántos invitados llegarían?
El grupo familiar de hoy, con esposas e hijos, son más de 150 personas. Más o menos la mitad son extranjeros, porque de los cuatro nietos de don Santiago Eder, que aún son socios de Manuelita, dos viven en el exterior. Tenemos primos que viven, y han nacido y crecido en Estados Unidos y Europa.
¿Cómo entender ese complejo árbol genealógico?
Es sencillo, Santiago Eder tuvo seis hijos, tres hombres y tres mujeres, las tres mujeres se casaron con extranjeros y se fueron a vivir al exterior; y de los tres hijos hombres, los dos mayores se quedaron en Colombia para apoyar el desarrollo del ingenio Manuelita y otras iniciativas de desarrollo regional. Esos dos hijos son Enrique, mi bisabuelo, y Carlos, quienes, cuando se inauguró la nueva fábrica de vapor en 1901, se quedaron con el manejo de la compañía. Ellos estudiaron en Estados Unidos, pero se establecieron acá y le hicieron varias ampliaciones a la fábrica. A partir de 1930 llegó Harold Eder, que es mi abuelo, hijo de Enrique, y quien lleva la compañía hasta 1965. Después sigue mi papá Henry J. Eder, que dirigió la compañía a través de presidentes profesionales, no de la familia, y luego sigo yo.
A su abuelo Harold Eder lo mató la guerrilla…
Sí, ese fue un momento muy traumático en la historia de la familia y de la compañía, porque Harold Eder era el líder de la familia y el presidente de la empresa. Y se trataba de una persona que, para esa época, los años cuarenta y cincuenta, era muy exótica; él se sentaba a desayunar con los trabajadores, independientemente de su rango, les enseñaba cómo hacer un dique, cómo manejar una pala, era una persona muy metida, digamos, en el barro, por eso fue tan fuerte lo de su secuestro y asesinato. Fue el primer secuestro que se presentó en Colombia.
Fueron las Farc…
A él lo secuestraron y lo mataron las guerrillas que se estaban formando en esa época, hacia los años 1963 y 1964, que posteriormente se convirtieron en las Farc. Estos grupos iniciaron con la estrategia de realizar unos secuestros de alta connotación para hacerse notar, en una época en que el secuestro era una cosa exótica.
¿Recientemente también han tenido problemas de seguridad?
Sí, a finales de los años noventa, principios del 2000, en los llanos orientales hubo problemas de seguridad muy graves, problemas que casi nos obligan a cerrar la operación que tenemos allá con aceite de palma, por amenazas de grupos al margen de la ley e intentos de extorsión que nosotros no aceptamos. Inclusive quemaron camiones y amenazaron a nuestros colaboradores, algo muy delicado, pero sobrevivimos a esos incidentes, eso se pudo superar y nuestra operación en los llanos se ha seguido desarrollando. Somos una compañía de 150 años y hemos tenido, como compañía, que sortear todas las guerras y violencias que ha vivido el país en su historia reciente.
¿Pensaron en irse del país?
No, Manuelita, desde sus inicios, ha estado arraigada a la región y al país y su esencia radica en ese arraigo y esos compromisos regionales, eso es parte del ADN de Manuelita. Resulta inconcebible que Manuelita se vaya. Su esencia está acá, su historia está acá, su tradición está acá, su sentido de contribución no le permite irse, no sería Manuelita. Esto no quiere decir que no desarrollemos negocios en otros países.
¿Qué tan importante sería para Manuelita que se firme la paz con las Farc?
Desde el punto de vista de Manuelita, que lleva 150 años operando en Colombia, y que le ha tocado sortear momentos difíciles de guerra y conflictos, la paz generará la posibilidad de un mayor desarrollo en Colombia. Un país con menos conflictos va a ser un país propicio para el desarrollo de nuevos negocios y si se logra finalizar el conflicto con las Farc, esto hará un gran aporte para una mayor proyección agroindustrial.
Su hermano, Alejandro Eder, es negociador en La Habana y es el director de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), el encargado de los reinsertados. ¿Usted empleará reinsertados para sumarse a la paz?
Independientemente de quién esté en frente de la Agencia Colombiana de Reintegración, ACR, Manuelita apoya de manera decidida esta labor, es muy importante que las personas que han estado involucradas directamente en el conflicto y que se desmovilizan tengan una oportunidad para reintegrarse a la sociedad. Los programas de la ACR los hemos mirado con cuidado, son programas muy serios, muy profesionales y por eso ya, en uno de nuestros negocios, tenemos un grupo importante de reinsertados que están trabajando en nuestra operación agrícola.
¿Dónde, en qué operación?
Por razones de seguridad prefiero no decir en dónde ni en cuál de los negocios estamos trabajando con ellos. Lo que puedo decir es que ya los tenemos trabajando y que recomendamos al sector privado del Valle del Cauca y de Colombia que participe de manera activa de este programa que es bastante importante. Hay que apoyar con empleo a las personas que se desmovilizan.
¿Cuántos empleos genera Manuelita, en total?
Tenemos más de 5.800 empleados directos en las operaciones que controlamos en Colombia. Adicionalmente, existen otros 1.500 indirectos en Brasil. Y si sumamos los empleos directos e indirectos, hay cerca de 8.500 empleos, de los cuales el 60 % están en Colombia. Solo aquí tenemos más de 1.000 proveedores, de los cuales el 80 % son pequeños, que también están generando empleo a terceras personas, irrigando bienestar.
¿Qué tanto ha hecho la Fundación Manuelita por el desarrollo del Valle del Cauca?
Nosotros participamos de manera directa en el desarrollo social de la calidad de vida de nuestros colaboradores y de las comunidades vecinas. Trabajamos en alianza con el sector público local y nacional para mejorar las deficiencias que hay en educación, vivienda y salud y, además, históricamente hemos participado en muchas de las obras de infraestructura del Valle del Cauca.
La gente habla del poder del azúcar, del poder de los ingenios, de ventas millonarias, ¿qué tan poderosos son los Eder y Manuelita en este país?
[Risas]. No, no somos tan poderosos, eso es un mito, aquí hay empresas en Colombia que son mucho más grandes y poderosas que todo el sector azucarero en su conjunto; obviamente que a nivel agrícola e industrial en la región estos negocios nuestros generan mucho empleo, y muchas cosas directa o indirectamente tienen que ver con el sector, pero mire las cifras y verá que no somos como nos pintan.
Ahora la gente no consume tanto azúcar como antes y ustedes se están diversificando, ¿habrá algún día Manuelita sin azúcar?
Es muy difícil predecir eso, probablemente seguirá habiendo azúcar, entre otras cosas porque el consumo mundial proyectado del azúcar con el desarrollo de Asia va a continuar creciendo y va a tener que seguir siendo suplido por países como Colombia y Brasil que tienen ventajas comparativas naturales para ese cultivo.
Su familia fundó el ingenio más grande del país, el del Cauca, pero hoy es de Carlos Ardila Lule, ¿qué pasó?
Lo que pasó es que algunos de los hijos de Santiago Eder, principalmente Phanor Eder, vendieron parte de sus acciones en 1965, en esa época la empresa se transaba en la bolsa y el Grupo Antioqueño empezó a comprar esas acciones, y llegó a comprar, gradualmente, hasta el 30 % de Manuelita. Luego ese 30 % lo compró Carlos Ardila Lule quien comenzó a ofrecerles compra a otros miembros de la familia. Y poco a poco alcanzó a tener el control del 49 % de Manuelita, que incluía al ingenio del Cauca y otras inversiones que teníamos en la Corporación Financiera del Valle y Cementos del Valle. Cuando Ardila Lule llega a tener el control de cerca del 50 %, la familia Eder que no vendió, decidió hacer una partición. Así Ardila Lule se quedó con el ingenio del Cauca y la familia Eder, que aún estaba en Manuelita, con Manuelita. Hoy Ardila Lule no tiene nada que ver con Manuelita, él se quedó con el ingenio del Cauca. Y la empresa hoy es netamente privada, aunque tenemos unos socios en algunos negocios específicos del grupo.
¿Es muy difícil manejar una empresa familiar, mantenerla unida?
Afortunadamente en Manuelita ha habido un largo proceso de más de 15 años de formalización del gobierno corporativo familiar y eso incluye las reglas y las estructuras en las cuales la familia puede interferir en el negocio, hoy tenemos junta directiva y una asamblea de familia que nos permite mantenerla unida.
¿Quiénes están en la junta directiva?
Tenemos nueve puestos, de los cuales tres son directores independientes, profesionales, seleccionados a través de procesos de selección formales, y los otros seis corresponden a los seis grupos familiares o de primos que son accionistas de la compañía.
¿Cómo distinguen esa relación familiar del negocio, no le ocurre que en una reunión de la familia le digan de forma informal que haga esto o lo otro con la empresa?
La verdad es que la familia nuestra resulta muy poco informal: cuando nos reunimos en familia es para hablar de temas familiares, para compartir; y cuando hacemos reuniones relacionadas con la empresa, hablamos de la empresa. No solo hacemos reuniones de junta directiva, también tenemos un consejo de familia que es una institución que mira cómo la familia se interrelaciona con el negocio, quiénes pueden participar en la junta, quiénes pueden trabajar en la empresa y bajo qué condiciones, tenemos todo un protocolo.
¿A usted lo formaron para ser el presidente de Manuelita, como se hace en familias presidenciales, por ejemplo?
No, no, para nada, en la familia nuestra no practicamos eso. Aquí cada uno es libre de desarrollarse según sus motivaciones y sus habilidades, de hecho yo no desarrollé mi carrera profesional en Manuelita, yo me formé en otras empresas.
¿En cuáles?
En la Corporación Financiera del Valle, Procter & Gamble y la Organización Corona…
¿Usted llegó a Manuelita en 2006 como vicepresidente y desde 2008 es el presidente del Grupo Manuelita, cómo ve hoy la economía del país?
A nivel de la macroeconomía va muy bien, el impulso que ha dado el sector minero energético al país es grande, y ahora el consumo también está generando crecimiento, los indicadores macroeconómicos y de empleo han mejorado, pero el gran reto sigue siendo cómo ser más competitivo en un entorno regional o internacional. Aquí en Colombia el costo país es muy alto, por diversidad de factores, y eso impide que en ciertos sectores, sobre todo en agroindustria, se pueda aprovechar mejor el potencial del país.
¿A qué se refiere?
Al costo de transporte y logística, por ejemplo, que en Colombia es muy alto para acceder a los mercados internacionales, también el costo energético que para algunos renglones de la industria resulta muy alto. Y hay un factor fundamental que en Colombia no se ha discutido con suficiente profundidad y es la tasa de cambio, desde el año 1994 hasta hoy, si nos comparamos con competidores regionales, como Brasil, México, Perú y Chile, Colombia ha tenido una devaluación real de la tasa de cambio mucho mayor que la de toda la región, eso ha hecho que el país pierda competitividad, sobre todo en sectores transables y sectores industriales que están compitiendo en otros mercados. Hay muchos factores estructurales y de fondo que el país debe revisar con mayor profundidad para que pueda llegar a ser más competitivo.
Hablemos del tema ambiental. ¿Por qué el cultivo de caña de azúcar genera pavesa? ¿Qué les dice usted a las señoras que tienen que recoger cada semana la ceniza que aparece en sus casas por la quema de la caña?
Lo más importante aquí es entender que para cosechar la caña manualmente, con los corteros, es necesario quemar la caña, porque a un cortero se le imposibilita hacer su trabajo adecuadamente si la caña no se quema antes. A diferencia de otros países, como Estados Unidos y Brasil, que decidieron mecanizar la cosecha y no quemar la caña —lo que generó un gran problema social, porque se perdieron muchos empleos—, en Colombia y en el Valle se ha actuado con responsabilidad social, y el proceso de mecanización de la cosecha se ha realizado de manera gradual. Eso ha llevado a que un porcentaje de la caña aún se coseche manualmente y sea necesario quemarla. Se puede evitar la quema mecanizando el proceso, pero a un alto costo social, dejando sin trabajo a los corteros de caña.
Si la prioridad es el empleo, ¿dónde queda el medioambiente?
El medioambiente es la prioridad en nuestra operación. La quema de la caña, cuando se realiza, se hace con metodologías reguladas y controladas, de manera que la pavesa no llegue a las áreas pobladas, como las de Palmira, en esas áreas se debe cortar mecánicamente, y la cosecha manual se concentra en áreas más alejadas de los centros urbanos, pero con quemas controladas y con metodologías que aseguran que la pavesa no llegue a los centros poblados.
Pero llega…
Eso se debe a incendios fortuitos no programados, que no son hechos por la industria.
¿Varios ambientalistas consideran que estas quemas acaban con la materia orgánica del suelo?
Manuelita lleva 150 años produciendo caña en el Valle del Cauca, en las mismas zonas y con un unas prácticas agrícolas adecuadas, incluyendo un manejo cuidadoso y controlado de la quema de la caña, para los casos que se utiliza, y esto no afecta la calidad de los suelos y prueba de ello es la altísima productividad que hemos logrado mantener en el transcurso del tiempo. Hoy en día Colombia tiene la productividad de caña por hectárea más alta del mundo. Si las prácticas agrícolas afectaran la productividad del suelo, esta productividad no se habría mantenido ni estaría aumentando.
¿La pavesa afecta la salud?
Los estudios independientes que ha realizado el gremio de la industria a través de Asocaña, no han identificado impactos en la población. Sé de los estudios que ha realizado la industria y demuestran eso. Ahora, gradualmente la quema de la caña se ha ido reduciendo, en la medida en que se ha ido mecanizando el proceso.
¿Habrá algún día azúcar sin quema de caña?
Es posible, ya hoy parte de la operación es mecanizada, pero se hará en la medida que se capacite a los corteros para que puedan asumir otros cargos en la empresa y no causar un grave impacto social.
Ustedes están también en el negocio de la palma de aceite, ¿por qué cree que le dan tan duro a la palma en el país?
Yo creo que es por un tema ideológico y de desconocimiento.
También por la propiedad extensiva de la tierra…
Mire, para usted poder hacer un desarrollo agroindustrial mínimo, debe tener un mínimo de tierra, para que pueda hacer un desarrollo agrícola a gran escala y poder apoyar el desarrollo ahí sí de los pequeños cultivadores. Si no se pueden comprar esas unidades mínimas, con escala agroindustrial, es muy difícil que se haga. Y aquí hay unas restricciones de compra de tierras que no las tiene Perú, Brasil, ni Chile, nadie tiene ese tipo de restricciones.
¿Tal vez ese tema ideológico del que usted habla viene abonado por las apropiaciones fraudulentas que hicieron grupos ilegales en varias zonas del país, como los Montes de María, donde la palma fue una especie de maldición?
Lastimosamente sí hay unos casos graves, pero que son aislados y por los que se estigmatiza a toda la industria legal que hay en el país y que tiene un futuro muy promisorio, que genera un bienestar en varias regiones de Colombia. Esos desarrollos se pueden hacer de forma equilibrada, responsablemente y un ejemplo es como lo hemos hecho nosotros en Casanare, con pequeños cultivadores, con medición de conservación de biodiversidad, de especies de flora y fauna, con zonas de reserva. Todo en alianza con las ONG TNC y Panthera. Así es perfectamente compatible con el medioambiente ese desarrollo empresarial.
¿Por dónde ve el futuro de Manuelita, por los biocombustibles o por el azúcar?
Hay un aspecto fundamental en Manuelita que es generar progreso y bienestar. Por ese propósito la familia, o parte de la familia, ha luchado tanto por conservar y mantener a Manuelita. Esa ideología, esa filosofía de negocios que viene desde Santiago Eder, su fundador, tiene que marcar su futuro, independientemente del sector.
Todos los Eder que han pasado por Manuelita han sido muy innovadores, ¿no siente presión al estar hoy usted a la cabeza de la familia? ¿Qué va a hacer usted?
[Risas]. No, pues lo que estoy haciendo. El enfoque que yo he traído a la compañía es fortalecer la estrategia de diversificación e internacionalización y conservar y mantener la ideología y filosofía que viene implantando Manuelita desde su fundación.
Artículo original en: Revista Bocas / El Tiempo